Relatos cortos
El Ritual
Se le habían terminado las cápsulas de nespresso, ¡Qué asco de día me espera!, pensó preparándose el café soluble. Y además no podía conducir. Menos mal que su hermano Miguel había terminado ya las clases en la universidad y disponía de tiempo libre. La vendría a buscar a las nueve y faltaban solo diez minutos. No se sentía con fuerzas de retomar la sesión con Beatriz Sanjuan, al menos, no esa mañana. Esa niña le ponía los pelos de punta. Una sola sesión con ella hacía que cinco años de estudios en psiquiatría, psicopedagogía y criminología no valieran para nada. Cada vez que tenía que ir a la penitenciaría sentía temblores y sudoración excesiva. Ya era el tercer cigarrillo que se fumaba en el coche, de camino.
—¿Quieres tranquilizarte? — Dijo Miguel.
Ella sopló y se agarró el flequillo en un gesto de impotencia.
—¿Se puede saber qué pasa con esa niña? Nunca te había visto así.
—Es que es una autentica psicópata hermano, sino no me lo explico. Me tiene completamente obsesionada su caso y no avanzo nada.
—Y te presionan, ¿no?
—No sabes cuánto.
El inspector Mendoza la tenía amargada. «Respuestas Raquel, quiero respuestas» Tres sesiones esta semana y aun no tenía nada. Todo el mundo estaba perdiendo la paciencia.
—A ver, repasa los hechos y prepárate la sesión, aquí conmigo.
—Sabes que no puedo hermano, es confidencial.
—¡Chorradas! Eso te iba fenomenal cuando estabas sacándote la carrera, ¿recuerdas? Vamos, va, por el principio.
—Me podrían echar por esto, pero esta bien, vamos allá.
« Paciente de dieciocho años, metro sesenta y tres, sesenta kilos, presenta un cuadro de amnesia temporal sobre el día de los hechos. Se la encuentra en estado de shock junto a tres cadáveres en una tienda de libros antiguos y antigüedades. Un sacerdote de mediana edad, una mujer blanca de unos cuarenta años y una niña de diecisiete. Ella dice que solo reconoce a la niña, que es su amiga e identifica el cuerpo como Carolina Fernandez Jijón. Habían ido juntas a buscar algo a la tienda en cuestión. Dice que el sacerdote las invitó a pasar y que la mujer rubia era una sacerdotisa que las drogó y las metió en un sueño y que les guiaba por esa visión. Y después de eso ya no recuerda nada hasta que despertó y los encontró muertos a todos »
—¿Alguna prueba?
—Nada. Los tres fueron degollados por un arma blanca que no estaba en la escena del crimen. Pero la puerta no fue forzada y hay un video de la cámara de seguridad que sitúa a las dos niñas entrando en la tienda esa tarde. El cura las hace pasar a la trastienda después de poner el cartel de cerrado en la puerta y transcurren cincuenta minutos hasta que ella vuelve a salir sola, histérica y manchada de sangre.
—Pero sin arma. ¿Qué extraño no?
—Gracias hermano, me has ayudado mucho.
—Es que tiene pinta como de rito satánico. ¿Se sabe que se hizo en esa trastienda?
—Sí, se realizó algún ritual. Había una alfombra, velas, restos de cera caliente y tres cuerpos degollados. Y la única superviviente dice no recordar nada.
—Vale, eso ya lo sabemos. No te ofusques ahí. ¿Qué hacía en esa tienda? ¿Alguna otra amiga que supiera para qué iban a ir allí?
—Tenemos a una chica que dice haber estado en esa tienda en varias ocasiones con la fallecida. Solían hacer rituales de hechizos para el amor eterno y cosas así.
—¿Todavía se cree en estas cosas?
—Te asombrarías hermano.
—Lo que está claro es que el hechizo salió un poco mal.
—Si alguien se mete en una cabeza desequilibrada como la de Bea, ya sea mediante meditación o hipnosis o alguna terapia de ese tipo puede desencadenar recuerdos dolorosos o instintos acallados.
—¿Eso es lo que haces tú no? Meterte en la mente de las personas.
—¡Ya! Pero yo soy una profesional, no una curandera sacerdotisa.
—Entonces, ¿tú crees que esa mujer y el cura hicieron algún ritual tipo meditación grupal que desencadenó un recuerdo tortuoso en la chica y que esto la instó a matar?
—¿Tiene sentido para ti?
—Lo tendría si tuvieran el arma del crimen.
Ya casi habían llegado a la penitenciaria cuando a Miguel se le ocurrió algo que quizá funcionara.
—¿Y si recreas el ritual?
—¿Cómo dices?
—Digo que igual que a los asesinos se les permite regresar a la escena del crimen, digo que se le permita a ella regresar a la tienda y recrear el ritual, quizá así recuerde algo más.
Aparcó en el descampado preparado para ello frente al imponente edificio.
—¡Eres un genio Miguel! —Dijo la doctora dándole un sonoro beso en la mejilla a su hermano — ¿Me recoges esta noche?
—¿Cuando te devuelven el carnet? No sabes qué coñazo tener que hacerte de chofer.
—¡Va, si te encanta!
La Doctora Cuesta salió del coche con ánimo renovado, dispuesta a pasar el control de seguridad con la cabeza bien alta y dirigirse a la sala de interrogatorios con una buena estrategia. Pero antes debía hacer una llamada.
—Con el Inspector Mendoza, por favor. Si, buenas tardes inspector. Necesito una orden para trasladar a la presa al lugar de los hechos. Voy a recrear el ritual y estimular su mente para que recuerde lo ocurrido.
Tras un silencio algo más largo de lo esperado recibió la respuesta que esperaba.
Llegó el día señalado y, como todavía no le habían devuelto el carné de conducir — estaba tratando de dejar de beber porque le estaba resultando muy vergonzoso que su hermano pequeño la llevara al trabajo—, Miguel la volvió a llevar a la penitenciaria.
—¿Y bien? Hoy es el gran día, hermana.
—¡Si! espero que esté receptiva y que logremos nuestro objetivo. Hemos contratado a una sacerdotisa de verdad y unos actores muy parecidos a las víctimas. Me lo he currado un montón. — Dijo satisfecha—.
—¡Vaya! Entonces va a ser toda una experiencia inmersiva, espero que no suceda lo mismo que la primera vez. — Sonrió.
—¿Qué dices?
—Pues eso, que a ver si se mete tanto en la historia que la recrea de verdad y se carga a los actores.
—¡Serás cenizo! —Dijo, dándole un golpe en el hombro, pero se quedó pensativa.
—¿Has preparado la sesión no? ¿Sabes lo que van a buscar?
—Sí, haremos una técnica llamada: El ascensor. ¿Te suena?
Él negó sin dejar de mirar a la carretera.
—Es una meditación grupal en la que la guía los meterá a todos en el mismo edificio e irán planta por planta hasta encontrar lo que buscamos.
—¿El edificio será la mente de la chica?
—Exacto.
—¿Y ella sabe que será su mente la que se abra?
—No, ella solo sabe que queremos recrear el ritual que ellos hicieron.
—¿Pero no me dijiste tu que si la metías en una experiencia de se tipo podría desencadenar los recuerdos más tortuosos?
—¡Eso es exactamente lo que vamos a hacer hoy! Pero con supervisión. ¡Joder Miguel, que fuiste tú quién me dio la idea!
Ya estaba rebuscando por el bolso el tabaco.
—No me fumes en el coche, ¿quieres? Bastante favor te hago ya, ¿no? Luego me tengo que escuchar a María.
—Qué aburrimiento hermano, es que María es mucho de quejarse, ¿verdad?
—María es tu futura cuñada, así que un respeto. Bueno, ¿hay algo más que te inquiete?
—Estoy bastante segura de que irá bien, aunque el inspector ha insistido en acompañarnos. Iremos juntos en el coche y durante el camino tengo que hacerla hablar. Él quiere una confesión y de hoy no puede pasar. Eso si me pone bastante nerviosa.
—Durante el camino hazla hablar de ella, de quién es, de cómo conoció a su amiga y cómo acabaron en la tienda.
—De eso exactamente hemos hablado en las otras sesiones, no sé si funcionará.
—Prueba de decirle que el Inspector Mendoza es un productor de Netflix al que le interesa su historia.
Ambos se echaron a reír..
—¡Estas como una cabra!
—Estos pequeños monstruos están enganchados a estas plataformas ¿no?
—Y ¿quién no?
—Pues eso.
—Pues quizá tengas razón…
—Yo siempre tengo razón. Ya lo sabes. Bueno, ¿dónde tengo que recogerte hoy?
—Si todo va bien podré volver a casa en metro, no creo que me hagan volver a prisión, supongo que la trasladará la policía.
—Tu llámame cuando sepas dónde y a qué hora, ¿vale?
Aparcó en el sitio de siempre, delante del control.
—Suerte hermana.
Sonrió de la ocurrencia de Miguel mientras dejaba su bolso y zapatos en las bandejas del control. El caso es que no le parecía tan mala idea. Beatriz siempre solicitaba una tableta para poder ver sus series favoritas en Netflix, quizá funcionara. Tenía que hacer una llamada.
—¿Inspector Mendoza?
—La estoy esperando Doctora Cuesta.
La voz no salió del teléfono sino del otro lado del pasillo. El Inspector acababa de pasar el control y se encontraron en la sala de espera.
—Quiero pedirle un favor. Más que un favor es un ruego. Necesito que me siga el rollo. Va a ser usted un productor de Netflix que se interesa por su historia. Forma parte de la estrategia, ¿cree que podrá hacerlo? ¿Puede quitarse el uniforme? Seguro pueden prestarle otro atuendo aquí.
El hombre la miró con condescendencia y después de valorar su propuesta en silencio, como hacía siempre, acabó por aceptar, también como siempre.
—Usted sabrá.
Beatriz estaba ya preparada cuando el aguacil fue a buscarla a la celda. Vestía un traje de americana y pantalón negros y camisa blanca. Le quedaba algo grande, pero se la veía presentable. Llevaba el pelo rasurado y se le veían unos ojos muy saltones.
—Buenos días Bea, ya sabes dónde vamos hoy, ¿verdad?
—Sí, a la tienda.
—¿Estas nerviosa?
—No mucho. Ya sabes que no recuerdo nada.
—Bueno, espero que esto cambie hoy, porque tengo una sorpresa para ti. ¿Ves a ese hombre?
Al Inspector Mendoza le habían dejado unos vaqueros azules gastados y una camiseta con la imagen gravada de una cinta de casete. Muy vintage y muy adecuada.
—Es Emilio Surfera, un productor de documentales de crímenes que trabaja para Netflix. Ha solicitado acompañarnos hoy para escribir sobre tu historia. ¿Estás de acuerdo?
—¿Y esto no lo podrías haber avisado?
—Creí que te gustaría.
—Buenos días señorita Sanjuan, espero que no le importe que las acompañe — intervino el inspector.
—Esta usted perdiendo el tiempo.
Una vez en el coche, Raquel sacó el móvil y empezó a gravar todo en video.
—Háblanos de ti, Beatriz.
«Mi nombre es Beatriz Sanjuan y siempre me había sentido diferente al resto de mis compañeros de clase y ellos lo veían también, por eso se metían conmigo. Estaba rellenita y era torpe en los deportes y en todo en general, no tenía hobbies ni nada a lo que centrar mi atención mientras la infancia pasaba. La verdad es que yo también me caía bastante mal: era callada, solía dejarme un flequillo lo suficientemente largo como para que me tapara los ojos, también usaba ropa ancha y de mangas largas que me tapaban las manos y arremolinaba los dedos en un puño que me mantenía escondida de las opiniones de la gente. No destaqué en nada mientras cursaba primaria, pero cuando empecé la ESO conocí a Carolina. Ella venía de otra escuela y aquel primer día de clase estaba especialmente nerviosa y vergonzosa. Así que después de echar un ojo al patio donde se formaban grupos de compañeros reencontrándose tras el verano me vio a mí y enseguida se puso a hablar conmigo. Nos hicimos amigas enseguida »
—¿Porqué fuisteis a la tienda? —Preguntó.
« Le conté a Carol que mi tío Antonio me habló mientras se celebraba su velatorio y que un motociclista se quejó tras morir en un accidente porque acaba de estrenar la moto. Los oía de verdad, a los muertos. A ella le encantaba que le contara esas cosas. Un día empezó a hablar de que conocía a alguien que podría ayudarme a entrenar este don que ella creía que yo tenía, el de hablar con los muertos. Así que quedamos el viernes a las cinco de la tarde, en cuanto terminaran las clases. Yo no sabía qué esperar de esa idea extraña de Carol, pero lo cierto es que ella tenía el valor que a mí me faltaba, así que aproveché el tirón y la seguí hasta la tienda. Olía a cera virgen y a incienso, la puerta chirrió al entrar y vi que era una antigua librería. Vendían libros usados, velas, artilugios para misas, así como rosarios, platitos de plata, copas y estampas de santos. Estaba llena hasta los topes de cosas en sus estanterías de madera a cada lado de un estrecho pasillo por el que caminamos a fila india hasta el final de la tienda, que era donde se encontraba el mostrador. El dependiente era un hombre mayor, más mayor que mi padre, de pelo canoso y gafas de montura gruesa. Carol le contó el motivo de nuestra visita y él nos hizo pasar dentro. Colocó el cartel de CERRADO y volvió, cuando el hombre regresó abrió una cortina negra que daba paso a una trastienda todavía más claustrofóbica. Caminamos entre filas y filas de libros, velas y figuras de santos hasta un espacio que parecía un salón, con dos sofás, una alfombra en el suelo y un pequeño altar, como el de las iglesias pero más pequeño. Yo no paraba de mirar de manera inquisitiva a mi amiga que caminaba sin miedo siguiendo al hombre»
Los actores iban posicionándose donde ella iba diciendo, recreando la escena según ella la recordaba.
«Nos dijo que nos sentáramos y nos preguntó cuál de las dos tenía el don y yo le dije que yo. Me dijo que iban a enseñarme a dominarlo. Que si podía escucharlos era porque alguna vez estuve ya en el otro mundo. Me preguntó si había tenido algún accidente de pequeña o alguna situación traumática. Yo no recordaba nada en especial. Pero luego él me dijo que me tranquilizara y que me tomara mi tiempo. Yo pensé inmediatamente en eso»
—¿En qué? — intervino Raquel.
«Pensé en la bañera y el día en que casi me ahogo en ella, pero a él no se lo dije. Al final, salió una señora de esa puerta — dijo señalando a la puerta a nuestra izquierda— vestida con una túnica azul, que se hacía llamar Celeste y que iba a invocar a no sé que fuerzas de la Naturaleza para que me permitieran entrenar mi don»
En ese momento apareció la falsa Celeste y se colocó donde Bea le indicó.
«El padre Tomás encendió las velas y ella me avisó de que esa sesión iba a cambiar por completo mi percepción de este mundo. Entonces le dije que adelante, que lo hiciéramos.Celeste se sentó primero en la posición de las doce, el Padre Tomás a las seis, Carol a las nueve y yo a las tres, formando un círculo perfecto dándonos las manos».
—¿Recuerdas qué ritual hicisteis? — Pregunté.
—Invocaron a la Madre Naturaleza con los cuatro elementos. — o al menos eso dijo Celeste.
—¿Y usted puede hacerlo? —le dijo Raquel a la sacerdotisa contratada.
—Creo que sí.
—¿Está todo el mundo de acuerdo en recrear el ritual? ¿Bea? — Preguntó la doctora.
Se mostró un poco dubitativa, pero accedió. Así que colocaron el teléfono en el altar, enfocando hacia la alfombra donde todos habían tomado sus posiciones. Las velas estaban encendidas, los actores en su lugar, la sacerdotisa a punto y el Inspector Mendoza y la doctora como espectadores.
—Formando este círculo con los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua invocamos a la Madre Naturaleza para que nos acompañe en este viaje. Tierra, aire, fuego y agua, te llamamos, ven y guíanos por la mente de nuestra hermana. Tierra, aire, fuego y agua, busca el momento y permite su estancia.
Todos se asustaron un poco al oír la oración. La señora lo hacía muy bien, no parecía ser la primera vez que estaba en una sesión como aquella. El Inspector parecía satisfecho con el casting y miró a Raquel para asentir y aprobar su trabajo.
—¡La siento! Ya está aquí la fuerza. Puedo notarla. —Dijo «Celeste» —¡Oh Madre! Necesitamos que nos muestres el camino para regresar a ese momento. ¡Ayúdanos! Necesitamos tu bendición para que nos muestres qué sucedió aquella tarde. Dice que sí. Que nos ayudará. Estamos listos, Madre.
La Mosso de escuadra abrió un ojo y miró al inspector y a la doctora, que permanecían allí de pie, tan asustados como ella, pues la falsa Celeste se lo estaba tomando muy en serio. Ambos le instaron con un gesto a que cerrara los ojos y siguiera con la sesión.
—Estamos en un vestíbulo inmenso de un edificio igual de inmenso. Allí al fondo hay un ascensor. ¿Lo veis?
Todos contestaron que sí.
—Entremos y subamos a la primera planta. ¿Qué ves, Bea?
—Un pasillo. Es largo y estrecho. Alrededor hay muchos libros amontonados, me superan en altura por ambos lados.
—¿Puedes recorrerlo a ver dónde te lleva?
—Solo puedo ir hacia delante. A final parece que hay un claro. Me acerco. Estamos todos.
—¿Quienes son todos?
—Carol, el cura y usted. Estamos sentados en el suelo sobre una alfombra y …—¿Qué hacen?
—Usted está hablando con la Madre Naturaleza.
—¿Y qué digo?
A Bea le temblaban los párpados, se apreciaba muy bien en el video.
—Que yo no pertenezco a este mundo. Que me he escapado, que debo quedarme aquí. Tengo miedo.
—Pues ven, vuelve al ascensor. Aquí estarás a salvo.
Los párpados se movían frenéticamente en ese momento y parecía que estaba presionando mucho las manos del falso padre y de la sacerdotisa.
—Ahora iremos a la segunda planta. ¿Qué ves ahora?
—Una habitación muy blanca, al fondo hay una bañera. Solo una bañera.
—¿La reconoces?
—Si, es la que había en mi casa cuando era pequeña.
—¿Estas dentro? ¿Te ves?
—Me estoy asomando, pero no soy yo. Es ella, es ella — repite echando la cabeza un poco atrás— solo tiene un ojo.
—Tranquila Bea, estás a salvo. ¿Qué quiere de ti?
—Dice que tiene que ser yo, se está incorporando, quiere meterse en mi cuerpo.
—Regresa al ascensor. Corre.
Las manos de la Mosso y del muchacho que hacía de padre se veían blancas de soportar la presión. Ambos abrieron los ojos y volvieron a mirar al inspector con pavor. Bea estaba como en trance, con los ojos en blanco mirando al techo.
—Bea, ¿nos oyes? —Dijo la falsa Celeste — ¿Estás con nosotros? Bajemos a la planta principal, donde estamos todos. Te sacaremos de aquí.
De repente, la Mosso que hacía de Carolina ya no pudo más con las sensaciones que aquella sesión le estaba produciendo y soltó ambas manos del círculo, dejando a Bea atrapada en esa planta.
—¡Ya está bien! — Dijo, no me pagan lo suficiente como para esto.
Y con su interrupción se deshizo el círculo y el falso padre abandonó la sala también, aterrorizado.
—¡Qué hacen allí mirando! ¡Vengan! ¡No podemos dejarla allí! — Gritó Celeste buscando la ayuda de los profesionales — No se puede romper así el círculo.
—Bea, ¿nos oyes?
No les oía, Beatriz estaba en el más allá, luchando contra su propio demonio.
—¿Qué ocurre? —Preguntó Raquel muerta de miedo ocupando la posición de la Mosso de escuadra.
—Que hemos perdido la fuerza. El espíritu de la Madre Naturaleza se ha ido y ella se ha quedado en la tercera planta de su mente.
—¡Pues vuelve a invocarlo, joder! —Gritó el inspector colocándose donde estaba el muchacho que hacía de padre.
—Tierra, aire, fuego y agua, te llamamos, ven y guíanos por la mente de nuestra hermana. Tierra, aire, fuego y agua, busca el momento y permite su estancia.
Justo en ese momento, Raquel sintió como algo entraba en ella, la energía de un Dios todopoderoso la envolvió por completo haciéndola sentir ligera y extrañamente en paz. Su cuerpo no era suyo, estaba al servicio de una fuerza superior que lo necesitaba para un fin. Para encontrar a Bea y sacarla de su peor recuerdo.
—¿Bea? ¿Nos oyes? Estamos aquí, en la primera planta.
Entonces todos sintieron como el espíritu de Beatriz Sanjuan se acercaba corriendo a toda leche hacia ellos, la perseguía aquella otra cosa de un solo ojo con un cuchillo ensangrentado en la mano. Cuando llegó al círculo la tomaron de la mano y salieron corriendo hacia el estrecho pasillo de libros hasta llegar al ascensor. Una vez dentro. La falsa Celeste dijo:
—Estamos bajando, estamos saliendo. Estamos a salvo.
Pero no.
Cuando Raquel abrió lo ojos sintió que algo no había ido bien. El inspector y la sacerdotisa yacían a su lado bañados en sangre. Habían sido degollados por el cuchillo afilado que esa cosa sin ojo portaba en sus manos.
***
Miguel recogió a su hermana por la mañana, después de prestar declaración en la comisaría, junto a Beatriz, que había sido acusada otra vez.
—¿Y bien? ¿Cómo ha ido el experimento? —Le preguntó cuando entró, cabizbaja en el coche.
— Bueno, al menos, hemos encontrado el arma del crimen.
Ya lo has leído todo y piensas que ojalá esta autora publique más. Quizá quieras ayudarme a que el próximo lanzamiento sea más rápido e inmediato. El proceso de escritura no puede forzarse, pero si el de publicación. Debes saber que sigo trabajando, que el proyecto está en marcha y que quizá, con tu aportación, podamos hacer que vea la luz mucho antes. Gracias infinitas, querido lector.

