Relatos cortos
Quiero oir el silencio
Algo diferente sucedió esa mañana, me di cuenta cuando Nico me llamaba desde el coche para que me diera prisa, también me di cuenta en ese instante de que jamás iba a conocer a alguien tan perfecto como él.
Me gustaba que se rapara el pelo, que fuera al gimnasio, que escondiera sus pequeños ojos color miel tras las Rayban. Que me esperara allí, de pie, casi perdiendo los nervios y controlando esa fuerza bruta que tiene.
— Quieres darte prisa, cielo. – Dijo arrastrando la última palabra-
— Aun no me has dicho dónde vamos. —Dije, una chispa desconfiada.
— ¿Es que no confías en mí, tartita de fresa?
Silencio, y una cara de inocencia pura que, en la cama, le había vuelto loco más de una vez.
— Vamos nena no me hagas perder más el tiempo—.
Ya está, ya salió lo que más me gustaba de él, ese “nena” junto con el gesto provocador de su cabeza en plan: Métete en el coche si no quieres que te meta un tiro entre ceja y ceja. Entonces bajé corriendo las escaleras y me metí en el coche. Él sonrió y cerró la puerta de un portazo.
Nadie, nadie en el mundo se le hubiera ocurrido decir que yo, Alexandra Robles de Rías, alias Tartita de fresa o Bollito relleno de nata, estaría empuñando un arma apuntando a la cabeza de una zorra sin escrúpulos que intentaba joder a mi Nico; sin embargo, eso es lo que está pasando.
Ahora no sé cómo coño ha ido así las cosa: Nico está ahí en frente, metiendo en una bolsa todo lo que había en la caja; veo un montón de billetitos de colores que seguro van a darnos para llegar hasta nuestro destino.
— Si se mueve, la matas. ¿Entendido?
La muy guarra, aun en el suelo parece estar cayéndole la baba con él y no es para menos porque está tan sexy así, con esas gotitas de sudor que le caen por la frente y esa cara de perro rabioso que se le ha ido esculpiendo con el tiempo.
La zorra me pide clemencia, “¡No, por favor, no!”. Y me cuenta que es madre de dos hijos y no sé qué. Pues oye, que lo hubiera pensado antes de ponerse chulita con mi Nico.
Tengo una curiosidad enorme por ver qué se siente cuando revientas un cráneo como ese. Una cabecita rubia oxigenada, unos ojitos claros bañados en lágrimas, me sube un cosquilleo por toda la columna y pienso eso que Nico me dice siempre: «Que cambia en tu vida si desaparece esa cara aterrorizada?» «Nada» me repito, «no cambia nada». En mi vida no cambia nada, quizá si en la de esos dos hijos que dice que tiene, en la de su maridito y sus amigas separadas.
—Oh Dios mío— dice la zorra con las manos en la cabeza, acurrucada entre sus piernas, esperando salir con vida de esta para luego llamar a la policía.
—Amor, va a llamar a la poli, seguro.
—No, no, por favor, no me maten.
Ahora debe estar viendo pasar toda su vida ante los ojos, debe pensar que se olvidó de comprar los cereales favoritos de su hija, es posible que deba estar arrepintiéndose de haberle mirado el culo al atracador, sobretodo de eso.
Nico termina por fin de saquear el cajón, me lanza un beso en el aire que tomo como una adolescente enamorada, sonrojada y tonta; se gira hacia el mostrador y coge un par de trozos de tarta de arándanos con queso, que servían con café por dos euros treinta.
Está acercándose a donde estoy yo y me deja darle un mordisco a una de las tartas, cosa que me parece súper erótica y a lo que hace que desee besarle y hacerle el amor ahí mismo, sobre la barra, untándome de café y bollos de crema.
Entre mi ensoñación se oyen los gemidos insistentes de la camarera rubia que ha tenido la mala suerte de cambiarle el turno a su compañera para abrir la cafetería este domingo nueve de Julio.
—Vamos nena, larguémonos de aquí.
—¿Y ella? —Digo, mirando el pánico que transmitía su mirada—
—Cárgatela, ¿qué importa?
Sus ojos se abren tanto que puedo ver a través de ellos. Huelo su miedo, su desesperación y eso me hace sentir aún más fuerte. Quiero disparar, ya he quitado el seguro hace rato, solo tengo que disparar; se me nubla la vista; sus manos tiemblan entre sus cabellos dorados, ya no me mira. ¿Qué debe estar pensando?
Estoy a punto de apretar el gatillo cuando oigo la voz de mi hombre.
— ¡Dispara, dispara!
Oigo el “boom” como si fuera dirigido a mí. Hueco, sordo, atroz.
No quiero mirar al suelo, no quiero ver sangre, la sangre me marea. Por fin oigo el silencio, por fin ya nadie gime nada, nadie me ha visto, nadie grita, nadie llama a la poli. Siento una dulce tranquilidad cuando veo a Nico sentado en el coche, comiéndose su pedazo de tarta de arándanos y sujetando la mía; al sentarme en mi asiento él me mira sorprendido y dice, mientras me pasa la tarta:
—No te veía capaz. Ahora sí eres mi chica.
Es mentira, aquello de que nada cambia en tu vida si te cargas a un desconocido, esa patraña es mentira. A mí me lo ha cambiado todo. Nico me ama ahora más que antes, ahora me ve fuerte, me ve capaz de hacerlo. Soy infinitamente más feliz que antes, tenemos dinero y nos vamos a las Vegas, vamos a casarnos. Solo hay algo que me preocupa…
Su rostro se me aparece en todos mis sueños, cuando cierro los ojos ahí está ella, mirándome con la cabeza ensangrentada suplicándome que no la mate; imagino sus uñas clavándose en mis tobillos: «No lo hagas», dice. Aunque ya lo haya hecho. Siento su pánico mientras Nico me hace el amor, cuando entramos en la sala donde un falso Elvis nos pregunta si queremos ser marido y mujer. «Pues claro» –digo-.
Pero ella sigue estando en mi cabeza. Consiguió cambiarme la vida y yo lo único que quiero es oír el silencio otra vez.
Ya lo has leído todo y piensas que ojalá esta autora publique más. Quizá quieras ayudarme a que el próximo lanzamiento sea más rápido e inmediato. El proceso de escritura no puede forzarse, pero si el de publicación. Debes saber que sigo trabajando, que el proyecto está en marcha y que quizá, con tu aportación, podamos hacer que vea la luz mucho antes. Gracias infinitas, querido lector.