Relatos cortos
La fortaleza
Nadie pudo, ni quiso imaginarse, de que seriamos capaces nosotras. Es imposible describir en una página qué fue lo que nos impulsó a hacer semejante locura. Sin embargo, aquí estamos. Tomando el control de nuestras vidas como si nunca hubieran existido pautas, ni órdenes, ni conductas.
Las mujeres, menudo espécimen raro el nuestro, capaces de soportar la regla, el parto, las desigualdades profesionales y económicas, algunas, hasta el maltrato; e incapaces de soportar la degradación lenta y dolorosa de nuestras relaciones sentimentales. Totalmente adheridas a nuestras parejas, a nuestros hombres, orgullosas de ser amadas y tremendamente cegadas bajo el simbolismo protector de éste.
Luchadoras hasta el fin, convencidas de nuestra postura, escalando posiciones abstractas hasta llegar a la soñada armonía matrimonial o, por el contrario, al divorcio.
Nosotras, ninguna sufría un anterior divorcio ni maltrato, pero si sufrimos desengaños, rupturas, infidelidades, pasotismo típico viril, manipulaciones psicológicas etc.
Y en todo esto descubrimos, que da igual lo que hagamos nosotras, en la mayoría de los casos, ellos deciden, como, cuando y porqué se hacen las cosas, y en la minoría y soy consciente de que también funciona: “cariño, que te parece si…”. Esta es nuestra estrategia”.
Era divertido vernos a todas criticándolos, humillándolos, sin que nada ni nadie nos parase, ¿pero de que servía todo aquello?, en el fondo, todas seguíamos enamoradísimas de nuestros hombres, con esa postura esperanzada de que sabemos que algún día van a cambiar.
Y, dejad que les diga algo de lo que realmente estoy segura: ¡NUNCA CAMBIAN!
Laura se quejaba de que su marido no contaba con ella para ir a ninguno de los eventos especiales; como solían ser cenas de empresa, aniversarios de amigos, o incluso, y a mí me pareció muy fuerte: cenas, comidas familiares y bodas. Se avergonzaba de ella. Quizás porque Laura después del segundo embarazo, no pudo controlar su peso, y al final se apoderaron de ella los kilos que jamás había tenido, que siempre había detestado, y ahora se veía obligada a cargar, junto con sus dos hijos. Mientras él, acomplejado del trasero de su esposa, y del carácter agrio que gastaba, se procuraba siempre alguna excusa para asistir solo a sus reuniones.
Silvia, otra que tal, perdona una infidelidad, dos, quizás tres y ya no nos lo cuenta por vergüenza. Eso, un sinvergüenza es lo que es su novio. Un tío guapo, fuerte, elegante, artista, bohemio, seductor. A ella le pone, pero claro, con sus pros y sus contras. Su ajetreada vida social hizo que te enamoraras de él. No intentes atarlo, Silvia, en serio. Ni lo pruebes. Busca a un hombre dulce que te quiera y te respete.
Qué decir de Eva, enganchada a todos los ansiolíticos del mercado, echándole la culpa a un hombre que jamás hemos conocido, aunque sabemos más de él que su propia madre: no le cabe un preservativo normal, es alérgico a los pistachos, le gusta el cine erótico y es fan de Alejandro Sanz. Por Dios, Eva, ¿es que no sabes escoger? Desde cuando un hombre es fan de Alejandro Sanz, ahí me lo dices todo. Pues el que parecía tonto, se las ingenió para compaginar su vida laboral con un bombón de veintiún años al que llamaba: Bomboncito en unos mensajes de texto que Eva encontró en su móvil. Cuando hablaron e intentaron arreglar las cosas él le dijo que últimamente no se arreglaba nada y que ya no sentía lo mismo.
Qué cosas tiene la vida y el amor, menudo problema. La mayoría de las mujeres buscamos lo imposible, queremos que nos amen, que nos hagan suyas, aunque sin perder nuestra libertad, nuestro espacio vital para conservar nuestras amistades, nuestros vicios, nuestro trabajo. Yo, por el momento, sigo soltera. Creo, que este estado me proporciona cierto poder. No tengo fantasmas. Bueno, sí. Alguien me hizo daño en su momento, pero lo olvidé y ahora sigo mi camino libre como el viento. Que es como siempre he querido ser: Libre.
Se nos ocurrió una idea de lo más descabellada: Vivir juntas. ¿Podríamos prescindir de los hombres? A todas nos encantó la idea y sin darnos cuenta estábamos iniciando un proyecto que nos haría disfrutar de la vida más de lo que imaginábamos. Parecía muy complicado: Dejar nuestras casas, nuestras cosas, nuestro yo individual de nuestro espacio. Pero, a todas nos hacía brillar la mirada cuando soñábamos con esto.
Todas teníamos algunos ahorrillos. Laura tomó la iniciativa a pesar de ser la que tenía la situación más complicada. Sus hijos, que todavía eran pequeños se posicionaron enseguida: Querían vivir con su madre y con sus tres tías. Sería divertido. A él le vino de sorpresa, como quien no cree merecer una venganza. Laura dice que lloró. Lloró de humillación, su gorda esposa lo estaba plantando. Y con ayuda de sus amigas, consiguió la custodia y el cincuenta por ciento del valor del piso familiar, que vendieron tres meses más tarde.
Para ese entonces ya habíamos alquilado la Masía que nos acogería a todas: La Fortaleza la llamábamos. Era lo suficientemente grande como para vivir todas y conservar nuestra intimidad. Silvia consiguió, una vez instalada, dejar de ver al trotamundos que la engañaba cada día con una. Suponemos que no le traumatizó mucho porque pronto la veíamos sonreír, jugar con los pequeños y encargarse de casi todo. Facturas, instalaciones, mantenimiento. Sin ella no habríamos podido convertir La Fortaleza en un hogar, al menos no tan rápido.
Con Eva lo tuvimos más complicado, pero no fue imposible su recuperación. Su autoestima estaba por los suelos y no creíamos que estuviera disfrutando del proceso, como estábamos haciendo todas. Lloraba cada vez que salíamos del barrio y nos adentrábamos al bosque. No creía que la vida le estaba brindando una oportunidad de ser feliz, ya lo había sido –decía-, y era cierto. Eva amaba a su marido muchísimo y él a ella, pero aquello se acabó. Poco a poco empezó a interesarse por el terreno, salía a correr por las mañanas, volvía con un hambre de mil demonios y preparaba unos guisos estupendos.
Pronto conseguimos crear nuestra propia familia y vivíamos en nuestro hogar. Cada una con sus vidas. Y todas disfrutando de nuestras sonrisas, nuestros enfados, nuestros periodos de regla, depresión, euforia. Todas juntas.
Y todo esto, todo lo que hemos sufrido, toda nuestra lucha, nuestro convencimiento, nuestra amistad; todo ello nos ha llevado a la felicidad. Y no nos va tan mal. Los niños de Laura crecen en un lugar hermoso, tenemos dos perros guardianes que se han convertido en los hombres de la casa. Y cuando los chicos crezcan, también lo serán.
Ahora, desde la terraza de mi habitación escribo todo esto con satisfacción. Las veo a ellas y estoy muy orgullosa de lo que hemos conseguido. Una mujer es capaz de todo. Eso me enorgullece. Pero, ¿y el amor? Podrá todo esto solapar las ganas que siento de amar. ¿De enamorarme? De sentir el calor de un hombre a mi espalda. De despertar mirando al ser con el que quieres compartir la vida.
— ¿Qué haces tía? —vino a preguntar el pequeño Sergio—.
— Nada cariño. Sueño.
Ya lo has leído todo y piensas que ojalá esta autora publique más. Quizá quieras ayudarme a que el próximo lanzamiento sea más rápido e inmediato. El proceso de escritura no puede forzarse, pero si el de publicación. Debes saber que sigo trabajando, que el proyecto está en marcha y que quizá, con tu aportación, podamos hacer que vea la luz mucho antes. Gracias infinitas, querido lector.