Relatos cortos
“El carajillu”
El local no hacía más de cincuenta metros cuadrados: una planta baja con cinco mesas, tres de dos comensales y dos de cuatro. La parte de arriba era un altillo en el que ubicamos los baños. Al entrar a mano derecha habíamos conseguido restaurar una antigua barra de madera maciza que nos agradaba especialmente porque nos traía recuerdos del bar donde papá se tomaba los carajillos por la mañana. Por eso, cuando decidimos abrir el negocio familiar, le llamamos: “El Carajillu”. Así, en catalán, con todo el solecismo impreso. Tan mal sonaba que nos entraba la risa.
El Carajillu, nació de una mala idea, en un mal momento; pues nuestro padre falleció tomando un carajillo antes de coger el taxi —sí, antes, te podías tomar un carajillo de ron sin que te retiraran el carné—, pues el hombre fue a tomarse su reconstituyente mañanero cuando el corazón le dijo basta y se quedó allí mismo. No sin antes acabarse el brebaje; así era nuestro padre, decidido a no dejarse una gota.
Papá siempre nos había dicho que su sueño era montar un restaurante donde ofrecer a la gente un lugar donde resguardarse del vendaval de la vida. Donde disfrutar de la compañía, del silencio madrugador, del traqueteo de los platos y las tazas humeantes de café recién molido y sobretodo de los callos que preparaba Emilia, nuestra madre. Siempre decía: si la gente supiera cómo saben estos callos… se dejarían de bobadas. ¿Qué es eso del “sachimi”?
Así que cuando heredamos ese dinero del que no teníamos cuenta, tanto Eric como yo, lo tuvimos claro: Abriríamos nuestro restaurante y serviríamos los callos de mamá como tapa estrella.
Pero la ilusión no era suficiente para paliar los estragos de esta era del milenial: La fiebre por el ramen, el sushi, los Smothies, los bagels del brunch y los after work. Las creperías comiéndose las churrerías de barrio. El estilo vintage decorando lo moderno y lo antiguo convertido en minimalista. Qué raro estaba el barrio.
El cambio fue progresivo, pero el día en el que mi hermano y yo nos convencimos de que todo se iba al garete, fue cuando un nórdico de revista, con un anorak rojo y una guía de Barcelona en la mano; se sentó en nuestra barra y nos pidió: Cup of fresh milk with whole grains and fruits of the forest, fresh orange juice and a toast with butter. Acabó tomando un café con leche, un bocadillo de jamón del país y un zumo de naranja.
Ya lo has leído todo y piensas que ojalá esta autora publique más. Quizá quieras ayudarme a que el próximo lanzamiento sea más rápido e inmediato. El proceso de escritura no puede forzarse, pero si el de publicación. Debes saber que sigo trabajando, que el proyecto está en marcha y que quizá, con tu aportación, podamos hacer que vea la luz mucho antes. Gracias infinitas, querido lector.